Lobo Viejo III
Había un no-se-que de extraño, de silencioso presagio en la atmósfera; un hálito tenue y espectral envolvía el robledal pasada la primera garganta, y tras las montañas ceñudos y sombríos nubarrones amenazaban romper. « Si se nubla tengo el tiempo justo para llegar con algo de luz » pensó contrariado el muchacho – espoleando al tiempo su mulo que de nervios roncaba y zigzagueaba en corto levantando mucha tierra. En el robledal la mula marchaba corrida, y le costó esfuerzos serenarla cuando les cruzó un cuervo graznando. « Esta mula tiene el espanto » – masculló entre dientes el zagal. En un escalofrío repentino pensó en la tormenta, que amagaba y en los lobos (de los que tan sangrientas proezas había oído contar en el pueblo), y no volvió grupas porque era bragado y su padre le esperaba arriba. Al salir al claro la tarde declinaba con rapidez. Cogió el senderuco, que remontaba la garganta hacia el puente de troncos, precedido por el mastín que ahora le parecía muy alterado: tan pronto se perdía, como volvía a aparecer olfateando ruidosamente entre las jaras y romeros rastros que el niño, sabía, no podían ser de zorras, ni de jinetas …